martes, 18 de diciembre de 2007

Hillary y sus pequeños Goebbels


Hace un par de meses, Hillary Clinton se paseaba por los debates demócratas con el mensaje de la paz: “no nos peleemos entre nosotros, tenemos que fijarnos en nuestras coincidencias, nuestros adversarios son los republicanos”. Hillary (luego nos podremos ocupar de la controversia sobre llamarla “Hillary”) ganaba fácil en todas las encuestas y su inevitabilidad parecía indiscutible: ella sería, sí o sí, la candidata del Partido Demócrata. Su inevitabilidad (buena palabra, reiterada una y otra vez en cualquier nota política gringa) era tal, que la campaña republicana estaba marcada por ese factor: Rudolph Giuliani, el menos republicano de los republicanos, ganaba fácil por ese lado en gran parte alimentado por la noción de que sería el único con verdaderas opciones para derrotar a “Hillary” en las elecciones presidenciales de noviembre de 2008. 

Pero las cosas han cambiado. Barack Obama, el candidato estrella que se había demorado en explotar -ya se especulaba con que se había “chingado”- finalmente explotó. Empezó a subir en las encuestas justo cuando se empezaba a ver obligado a salir de su discurso de “la política de la esperanza” para atacar frontalmente a la señora Clinton. 

Ahora Hillary Clinton no parece tan inevitable, Barack Obama se ve bien proyectado para el caucus de Iowa -no se lo pierdan, este 3 de enero- y un triunfo ahí podría inyectarle un chorro de combustible -etanol de maíz, probablemente-

 a su candidatura. A diferencia de Hillary, a Barack Obama poca gente lo odia. 

Lo que explica por qué Hillary y sus muchachos han empezado a deslizar maliciosas frases sobre Obama, disfrazadas de casuales deslices. La semana pasada, William Shaheen,  un asistente de la campaña de Clinton, comentó que de ser el nominado demócrata Barack Obama quedaría a merced de los ataques republicanos por su admitido uso de drogas en sus años de college. Obama ha escrito sobre sus años de consumo -marihuana y cocaína- en sus memorias, lo que ha transformado ese episodio de su vida más en una fortaleza que en una debilidad en la narrativa de su campaña -joven negro supera los problemas, se convierte en el mejor alumno, ayuda a los pobres, demuestra que hay esperanza y se transforma en senador, y ojalá presidente del país de las oportunidades-, pero Shaheen le agregó un elemento. Dijo que los republicanos podrían empezar a preguntar si Obama, en sus años de consumo, había dado o vendido droga a otras personas. La asociación negro-consumidor = narcotraficante no pasó inadvertida (¿se habría hecho esa asociación con un candidato blanco? Difícil). 

Al otro día Hillary Clinton y Barack Obama se toparon en el aeropuerto Ronald Reagan, de Washington DC, y la senadora le pidió disculpas por ese comentario -a título personal, que ella reprueba- de Shaheen, quien renunció a su cargo en la campaña. Pero el piedrazo ya se lo habían tirado. Otro asesor de la campaña de Clinton salió más tarde en la cadena de cable MSNBC comentando lo mucho que sentían lo inapropiado del comentario, pero volvió a repetir la palabra regalona para asociar con Obama: Cocaína

Esta semana, el ex senador demócrata Bob Kerrey, que recientemente declaró su adhesión a Hillary Clinton, salió con otro “pastel”. En una entrevista con el Washington Post, supuestamente alabando las fortalezas de Barack Obama, destacó que él puede servir de ejemplo para los jóvenes afroamericanos y que además le gustaba el hecho de que, “aunque “probablemente no le resulte atractivo, su nombre es Barack Hussein Obama y que su padre haya sido musulmán, al igual que su abuelo”. 

Este es un tacle violento. La campaña de Obama, quien nunca ha renegado de su segundo nombre y quien ha debido aclarar incesantemente que no es musulmán sino cristiano, ha enfrentado desde hace tiempo una campaña anónima -a nivel de e-mails, rumores e incluso notas de prensa en medios menos serios pero poderosos, luego desmentidas- que lo sindica como un musulmán digno de desconfianza.

El tema es particularmente relevante en Iowa, cuya población blanca y mayoritariamente rural difícilmente gusta de esos extraños y peligrosos seguidores del Corán. Mientas el cristiano Obama trabaja por ganarse a los Iowans, con Oprah Winfrey ayudándole a conquistar la señora blanca dueña de casa, esta clase de “comentarios casuales” amenaza con minarle sus posibilidades en un estado donde los votantes, dicen, deciden muy a última hora. 

El martes Kerrey “explicó” sus declaraciones, pero no hizo más que reiterarlas. 

Más detalle en este post  del blog de elecciones del New York Times, llamado The Caucus. Recomiendo leer los comentarios: comparaciones con el maestro republicano del asesinato de imagen, Karl Rove (John McCain difícilmente olvide la campaña sucia del rumor que lo liquidó en las primarias republicanas de 2000, que perdió contra George W. Bush, el patrón de Rove),  mucho demócrata que se declara asqueado de la campaña de la senadora Clinton. Incluso algunos que juran que ni con la nariz tapada votarían por ella en noviembre si resultara ser la nominada. 

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